Ángel: «A las instituciones les pediría que se humanizaran y que tratasen cada caso según su particularidad»
Me llamo Ángel y soy una persona sin hogar acogida en Pozo Dulce…
Soy español, pero emigré a Venezuela en busca de un futuro mejor. Al principio, las cosas fueron bien, pero la realidad del país cambió tanto que, 18 años más tarde, Isabel, mi esposa, y yo decidimos venirnos.
La inflación se fue comiendo los ahorros y no generaba ingresos. Pensando en el tiempo cotizado aquí, más de 20 años en diferentes empresas, valoramos que la mejor idea era venirme yo primero, para ir tramitando los papeles de la jubilación y que poco después se viniese ella.
Pero al llegar aquí nuestros planes se fueron al traste porque había una ley que yo desconocía y es que, si en los últimos 15 años no has cotizado, pierdes todo lo acumulado. Desgraciadamente, en el consulado de España en Venezuela tampoco me informaron.
De repente, me veo aquí, sin ingresos, con poquitos ahorros y sin posibilidad de cobrar ninguna pensión. De esto hace más de un año. Al principio pude pagar una habitación alquilada, pagada también por la persona que me trajo hasta aquí y a la que le tenemos que devolver el dinero. Cuando vio que no podía hacer frente al gasto me echó y yo traté sin éxito de recurrir a algún amigo o familiar que me ayudara.
En ese momento sentí que no tenía ninguna protección por parte de las entidades. Al borde de la situación de calle, con cerca de 70 años, llegué a Puerta Única, que resultó ser la única puerta abierta para mí. Allí me atendió un trabajador de Cáritas al que estoy muy agradecido y me facilitó, en principio, una residencia, a la espera de otro recurso.
Yo creo que es importantísimo contar con una red que te sostenga. Cáritas fue la red que en ese salto al vacío me sujetó. He sentido mucho miedo, soledad, tristeza, frustración. El precipicio estaba ahí, era real.
En Pozo Dulce me siento bien, me siento amparado, acogido y seguro. Pero una cosa es estar aquí lo mejor que se puede estar y, otra muy distinta, que no eche en falta hacer mi propia vida al lado de mi mujer, que se vino meses después porque los trámites para que ella también se viniera ya se habían iniciado.
Sigo teniendo planes de futuro, pero honestamente, creo que cada vez son menos halagüeños porque necesito cotizar durante dos años y a mi edad ya es muy complicado.
El momento más triste para mí fue cuando llegó mi esposa y no tenía nada para ofrecerle. También ella lo pasó muy mal, pero cuando estábamos en una situación límite, otra vez Dios salió a nuestro encuentro. Yo soy un ejemplo vivo de cómo actúa Dios. Él nunca te deja tirado. Siempre aparece.
Gracias a Dios, Isabel también ha encontrado el apoyo de la Iglesia y, como tiene 56 años, encuentra algunos empleos cuidando a personas mayores. Los sábados podemos vernos y estar juntos hasta el domingo al mediodía. Esto nos sostiene mutuamente y es lo que nos da la esperanza e ilusión necesaria para enfrentar la semana.
A las instituciones les pediría que se humanizaran y que tratasen cada caso según su particularidad, especialmente en los casos de personas más vulnerables.