Testimonios29/10/2024

Isabel: «Se necesita mucho más que una manta o un bocadillo para levantar a una persona que está en la calle»

Me llamo Isabel y vivo en un recurso de Cáritas…

Me fui de casa muy joven porque pertenecía a una familia desestructurada en la que me sentía sola, sin apoyo, totalmente perdida.

Durante muchos años he vivido en la calle y, aunque soy de Valencia he pasado por muchas ciudades diferentes. Ya llevaba en Málaga unos meses cuando me dio un ictus, un hecho que cambiaría mi vida para siempre. Lo que para muchos puede parecer una desgracia, para mí fue una suerte.

Me llevaron al hospital y, estando allí, el capellán, viendo que se acercaba el momento de darme el alta y que yo no estaba en condiciones para irme a la calle, contactó con Sor Juana, una Hija de la Caridad que, además de ser médico, ha estado sirviendo durante muchos años en la casa de acogida Colichet junto a otras hermanas.

Justo ahí mi vida comenzó a cambiar. Cuando llegué a este centro de Cáritas, yo no tenía ilusión por nada, todo en mi vida estaba descontrolado, vivía sin esperanza.

El cambio en mí se produjo cuando empecé a sentirme recuperada física y psicológicamente. Justo ahí y rodeada de gente que me quería y me arropaba, volví a nacer. Pasé de no tener ganas de vivir, a comenzar una nueva vida cuando me siento querida, escuchada y valorada.

Se necesita mucho más que una manta o un bocadillo para levantar a una persona que está en la calle. Cuando estás en ese mundo, es más importante el calor humano que cualquier cosa material. Por eso pediría a todo el mundo que mirasen de frente a las personas que están en la calle, que les tiendan la mano y que, si les llevan comida, se sienten con ellos mientras comen, que los acompañen, que les hablen y que los animen, porque ese ratito de conversación en el que vuelves a sentirte persona es el mejor regalo que se puede hacer a quien siente que no vale nada.

Desde hace unos años estoy muy recuperada, no vivo en Colichet, pero sigo sintiendo aquella casa como mía. Allí tengo a “mi familia”. Ahora vivo en un pequeño apartamento de Cáritas. Tengo muchas ganas de vivir y siento que mi vida no ha hecho más que empezar. Voy por la calle y soy una más. Ya no me siento excluida.

Ahora nadie me mira con desprecio y soy yo quien siente que puede aportar mucho a la sociedad, a Cáritas, a las personas que tanto me han ayudado. Y, si mi testimonio sirve para sensibilizar a otras personas, no me importa contar mi historia una y mil veces.