Giselle y José, el matrimonio cubano que vive una experiencia misionera en Pozo Dulce
El matrimonio convive diariamente con las personas sin hogar acogidas, ayudándoles y acompañándolos, como hicieron durante años las Hijas de la Caridad.
Por pura casualidad o “diosidencia”, como le gusta decir a Giselle, ella y su esposo, José, que se disponían a hacer un máster en Málaga relacionado con sus respectivas formaciones universitarias, él como ingeniero de telecomunicaciones y ella como odontóloga, llevan desde el pasado mes de octubre viviendo una experiencia misionera en el Hogar Pozo Dulce.
Este joven matrimonio, procedente de Cuba, buscaba desde su país de origen, una residencia de estudiantes o algún centro donde poder hospedarse durante el tiempo en el que estuvieran realizando la formación. Así fue como descubrieron este centro de Cáritas para personas sin hogar. Giselle recuerda que este lugar le llamó la atención desde el primer momento, porque durante los últimos ejercicios espirituales en los que había participado sintió «una llamada muy fuerte a trabajar en un lugar así», asegura, pero viendo que no era un espacio donde alojarse, sino un centro dedicado a acoger a personas en situación de calle, continuaron adelante con su búsqueda.
Semanas más tarde, un amigo jesuita residente en Málaga les presentó a la delegada de migraciones, Pilar Gallardo, quien «de manera providencial» aseguran ellos, volvió a hablarles del Hogar y de un nuevo proyecto que podía interesarles, poniéndolos en contacto con su directora, Belén García.
En el momento oportuno
Así es como, cuando menos lo esperaban, la pareja llega a este recurso de Cáritas atendido durante más de veinte años, gracias al apoyo de una comunidad de hijas de la caridad. La salida de las religiosas hacia otros proyectos de la Compañía el pasado verano, dejaba una gran huella en la casa, fruto del inmenso servicio realizado durante todo este tiempo. Como asegura Belén, «su cariño y carisma impregnaban toda la casa. Las hermanas eran, para todo, el punto de referencia de los acogidos. Atendían, cuidaban, curaban y consolaban». Por esta razón, Cáritas buscaba un matrimonio o una familia que quisiera vivir durante un tiempo esta misión o envío en la casa y «ellos aparecen en el momento oportuno.»
Ambos recibieron la propuesta con gran entusiasmo e ilusión. Ahora, tras unos meses de recorrido, aseguran estar viviendo una «experiencia maravillosa».
En su día a día, se encargan de cualquier tarea para la que se les necesite, ya sea cocinar, limpiar, darles la medicación, acompañarlos al médico o escuchar las miles de historias que traen consigo cada uno de ellos. Explica José que, «para ellos, como para cualquier otra persona, sentirse queridos y escuchados es fundamental para mejorar su autoestima porque arrastran el sufrimiento de todo lo vivido en la calle, la indiferencia, las miradas de desprecio…».
«A veces parecemos los padres de todos ellos porque cada uno demanda un poco de atención y cariño, pero también nosotros empezamos muy pronto a sentirlos como parte de nuestra familia y estamos muy felices por la oportunidad de compartir este tiempo con ellos», asegura Giselle.