Noticia03/11/2022

Vicente Martín: «Si la Iglesia se olvidase de los pobres nuestra sociedad sería aún más inhumana»

El sacerdote director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social y delegado episcopal de Cáritas Española es el encargado de las ponencias de las Jornadas de Formación de Pastoral Social y Cáritas, con la referencia en Fratelli Tutti, los días 11 y 12 de noviembre en Casa Diocesana Málaga.

Hace ya 2 años de Fratelli tutti. ¿Esa fraternidad universal que promueve el Papa es un sueño?

Cuando miramos la situación de nuestro mundo con tantas desigualdades e injusticias, con una guerra en Ucrania que se prolonga ya más de 8 meses, sin olvidar otros conflictos en otras zonas, que están multiplicando los desplazamientos; con la crisis generalizada que padecemos, ahora agravada por la inflación y el alza de los precios, que está suponiendo que más de 11 millones de personas vivan en una situación de exclusión social en nuestro país, no cabe duda que estamos lejos del sueño de la fraternidad universal que nos propone el papa Francisco en su encíclica. Sin embargo, no por ello hemos de dejar de soñar y contribuir a hacer realidad este sueño con gestos de amor, solidaridad y fraternidad, con diálogo social y búsqueda de la reconciliación y la paz para que no se quede en meras palabras.

Nuestro mundo no puede continuar como va. La solución a la crisis no puede ser el individualismo que conduce al “sálvese quien pueda”, tampoco va a estar en manos del mercado. Hemos de volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos. Se necesita recuperar la fraternidad en la gran familia humana que somos todos.

El mundo está herido: pandemia, crisis, guerra, violencia, soledad… ¿Qué aporta el Evangelio?

El Evangelio aporta luz, valores y motivaciones para construir esa fraternidad. El papa Francisco nos propone la parábola del Buen Samaritano como icono iluminador. En ella descubrimos que cada día hemos de tomar la opción entre ser viajeros indiferentes ante el sufrimiento de los otros o ser buenos samaritanos que ven a los que están al “costado” de la vida, se conmueven, les acompañan y cuidan.

La parábola nos ayuda, además, a no reducir nuestra mirada y nuestra atención a los más cercanos, a los de al lado, sino abrirnos a los otros, los extraños, los diferentes, los extranjeros porque la caridad no entiende de fronteras sino de compasión y dignidad. Es lo que suelo llamar el “cosmopolitismo samaritano”.

El Evangelio nos anima a recuperar, dice el papa Francisco, la vocación de ser ciudadanos comprometidos con el bien común, siendo parte activa en la rehabilitación y el auxilio de sociedades heridas, colaboradores en la construcción de un mundo más humano, justo y pacífico.

Otra clave que nos ofrece frente a la desvinculación social, fruto del individualismo imperante, es la necesidad de recuperar el sentido de lo comunitario. Hace falta el trabajo en red, suscitar sinergias y alentar la colaboración con todos los que estén dispuestos a sumar. En el Evangelio encontramos sugerencias e iniciativas para construir comunidades formadas por hombres y mujeres que se hacen cargo de la fragilidad de los demás, se hacen prójimos, levantan y rehabilitan a los caídos, y trabajan para evitar una sociedad de exclusión.

¿Cuál es la llamada concreta que recibimos los cristianos ante esa realidad? ¿Cuáles son nuestros retos?

La Encíclica Fratelli tutti hace una invitación a toda la Iglesia y a toda la sociedad a hacer de este mundo un hogar para todos y nos propone conducirnos en la vida con un doble juego de luces: la fraternidad y la amistad social. Ésta es la luz corta que alumbra lo inmediato, lo cercano y nos permite relaciones en las distancias cortas desde el diálogo, el reconocimiento y la libertad. Por su parte, la fraternidad universal es la luz larga que ilumina el horizonte y alude a la pertenencia a un mundo único y universal y a una humanidad que nos vincula a un destino común. Se trata, pues, de articular lo local y lo global.

Tenemos muchos retos, como trabajar por los derechos de todas las personas desde el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, promover la cultura del cuidado, tanto de los más vulnerables como de la casa común, contribuir a una cultura del encuentro que ayude a superar muros y barreras, tensiones y polarizaciones, en definitiva, nuestro reto es la evangelización y la construcción del Reino de Dios.

El mundo está herido también de aporofobia. ¿Qué pasaría si la Iglesia olvidase también a los pobres?

Si la Iglesia se olvidase de los pobres nuestra sociedad sería aún más inhumana e injusta, pero, además, si los olvidase dejaría de ser la Iglesia de Jesús porque en el corazón del Evangelio nos encontramos siempre a Cristo y a los más vulnerables.

Para la Iglesia, el trabajo y servicio a los últimos de nuestra sociedad no es una cuestión ideológica, ni filosófica ni cultural, sino una cuestión teológica, es decir, una opción por el Dios de los pobres y los que sufren, consecuencia de nuestra fe y seguimiento de Cristo, siempre cercano a los más desfavorecidos.

La Iglesia no puede quedarse al margen en la lucha por la justicia porque esta forma parte de su misión evangelizadora. Uno de nuestros grandes retos es que los más pobres estén cada vez más presentes en la vida y misión de la Iglesia; consecuentemente, ningún cristiano puede sentirse dispensado de la preocupación por los más pobres y por la justicia social. Como dice Francisco, “frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie”.

¿Qué acciones sociales de la Iglesia en Málaga destacaría?

La Iglesia de Málaga, alentada por sus pastores, siempre ha sido una Iglesia que ha vivido un gran compromiso en el mundo social, contribuyendo con la presencia de muchos laicos, religiosos y sacerdotes a crear instituciones más sanas, regulaciones más justas y estructuras más solidarias, que permitan modificar las condiciones sociales que provocan sufrimiento.

Son muchas las obras sociales en todos los campos: el educativo, el sanitario, el social, etc. que reflejan el compromiso de una Iglesia comprometida con su gente y su tierra. Por la información que tengo, no hay un solo campo de la vida en sociedad en la que la Iglesia malagueña no esté aportando y contribuyendo, en muchas ocasiones de manera discreta, humilde, pero de forma significativa como la levadura en la masa.

¿Qué le gustaría que quedase de su participación en estas jornadas?

Me gustaría que nos convenciéramos de que este sueño de la fraternidad universal es posible si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana. Se trata de otra lógica a la que impera en nuestro mundo.

Y me gustaría que los cristianos recuperemos nuestra vocación de ciudadanos y servidores del bien común animados y motivados por nuestra fe. La pastoral social no es una pastoral secundaria en la vida de la Iglesia, sino esencial junto al anuncio evangélico y la celebración de la fe.

 

Fuente: Diocesismalaga.es